Entrevista a Eulalio Ferrer: «No es posible vivir con rencor en el corazón».

Cuesta imaginar a este hombre de 88 años, que rezuma sabiduría, libros y condecoraciones, cuesta verlo como el capitán más joven en la Guerra Civil, con apenas 19 años, y escapar al exilio con lo puesto, su paso por los campos de concentración, y una vida de rico empresario y escritor de éxito en México, hasta llegar a la Academia Mexicana de la Lengua. Vuelve un par de veces al año a Santander, su ciudad natal, porque preside el Premio Menéndez Pelayo, del que es mecenas; acude al Instituto Cervantes, del que es patrón, y acaba de publicar la novela Háblame en español

Como una travesura. Así cuenta Eulalio Ferrer la decisión de publicar esta su primera novela a los 88 años, después de 40 libros serios, como De la lucha de clases a la lucha de frases. El desayuno se prolonga dos horas, en un coqueto comedor, ante la mirada condescendiente de una camarera atenta a la conversación a cambio de no dar prisa. Ferrer perdió hace un año a su esposa, Rafaela Bohórquez, también exiliada. Fue un mazazo para su mala salud de hierro, poco a poco recuperada. Aún se le resiste el apetito.

Cuando Ferrer volvió a Santander desde el exilio, vivo todavía Franco, acudió de mañana al cementerio local para desparramar claveles en la campa donde los asesinos de la posguerra enterraban a sus víctimas como a animales, por miles. «¿Qué hace usted?», le increpó el vigilante. «Echo claveles sobre mi tumba». «¡Pero usted está vivo!». «Sí. Pero si no llego a irme, estaría enterrado aquí».

Le pido que rememore sus 16 años, como secretario de Propaganda de las Juventudes Socialistas. Por aquello le vigilaba la policía 35 años después. Pero los secretas iban a quedarse pasmados. Por la tarde, Ferrer fue llamado al Gobierno Civil, no para ser torturado, sino para dar conversación al gobernador, informado de la biografía del visitante, y para recibir invitaciones al mejor palco del Festival Internacional de Santander.

A Eulalio Ferrer la vida le ha dado muchas satisfacciones. No pocas las atribuye a haber perdido una guerra. México, a sus 19 años, fue una liberación para él. El primer amor con sexo; la primera empresa -una revista que hacía de cabo a rabo: textos, publicidad, reparto, cobro-; el primer automóvil, que le costó el carné del PSOE -su padre le dijo: «Tú eres un burgués. No se te ocurra volver por el partido»-; y el orgullo de sus amigos, cuando ya era patrón de grandes empresas de comunicación y podía dedicarse a mecenas, «por el placer de compartir». «A veces me preguntan cuánto he gastado en el Museo Iconográfico del Quijote, o en patrocinar premios, por ejemplo. Les digo: una casa en Nueva York, otra en París, otra en Madrid, y un yate en el puerto de Santander. No tengo eso, pero me siento bien pagado».

Pese a todo, Eulalio Ferrer es un superviviente. «El sobrevivir es el milagro de mi vida», dice. No hemos podido espantar de la mesa la tristeza. Le pesan los recuerdos: la huida con su familia hasta arribar a México, el terrible campo de Argelès-sur-Mer, y a Antonio Machado tiritando de frío junto a su madre, acurrucada sobre él. Sentados en un banco de la plaza de Banyuls, esperan a Pepe, el hermano del poeta, que les llevará al hotelito de Colliure donde morirán poco después. «Don Antonio iba sin abrigo y coloqué sobre sus hombros el mío, pese a necesitarlo tanto. Fue muy triste… Pero sé que no se puede vivir con rencor en el corazón», dice en voz baja.

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