RECUPERAR A BRUNO ALONSO DEL OLVIDO
Debió ser en los comienzos de febrero de 1931 -un día sin lluvia, recuerdo- cuando escuché por primera vez la palabra sonora, enérgica de Bruno Alonso. Sobre la antigua plaza de Daoiz y Velarde en Santander, se había levantado un templete de madera y desde él, hablaba Bruno Alonso, presentado por su compañero metalúrgico, Pedro Vergara. A ese mitin socialista me llevó mi padre, que todavía no era militante del P.S.O.E, sino ugetista, dirigente del sindicato de artes Gráficas y admirador, como Bruno Alonso, de un tipógrafo ejemplar, Pablo Iglesias. En la mañana de aquel domingo, aplaudí al lado de mi padre el discurso de Bruno Alonso. Era un orador de acentos fuertes y naturales, que sabia ganar fácilmente el entusiasmo popular. Lo recuerdo con cierta precisión, sus palabras eran lentas y espaciadas al principio, como si no quisiera que le atropellaran, como evitando decir alguna cosa que traicionara su pensamiento y su sentido de la responsabilidad. Era la imagen opuesta al demagogo. Según el discurso transcurría, conforme percibía o media la reacción del público -uno de sus atributos innatos- la palabra se aceleraba, el tono ascendía hasta alcanzar la cima emocional del aplauso cerrado. Sus manos toscas de trabajador del hierro se elevaban a la altura de la frente, agitándose como si marcaran el rumbo de su verbo encendido, al hilo de una construcción sencilla y coherente palabra resonante en un tiempo e que no existía la microfonía.
Bruno Alonso fue llamado a Cartagena, por Indalecio Prieto, ministro de Defensa Nacional, para que desempeñara el delicado cargo de Comisario general de la Flota Republicana Española. Los marineros se habían apoderado de ésta y no había mandos ni disciplina. Bruno Alonso recuperó unos y otra en un duro enfrentamiento, la vida de por medio, que requirió el máximo de sus grandes virtudes: honestidad, valor e inteligencia. En la honestidad, Bruno Alonso sólo podría ser criticado en excederse en ella. Pertenecía a la escuela más pura del socialismo: la de la moral como idea, y la de la idea como moral. Lo que los romanos llamaban virtud plena, de rotundas transparencias. Nacía en la creencia y se extendía a los intereses concretos. Le obligaba a defender con pasión sus ideas y a ser tolerante con las ideas de los demás. En cuanto a los intereses, era de una austeridad sin límites. Fiel a su conciencia de clase vivía de lo que ganaba, con no pocas estrecheces. Cuando fue diputado, llevaba una cuenta minuciosa: hasta los gastos de franqueo de cartas detallaba. Por no usar corbata hubo días que no le permitieron la entrada en las Cortes, donde representó al electorado montañés ininterrumpidamente, de 1931 a 1939.
Su valor era el de un hombre consciente, inclaudicable. Abordaba las situaciones extremas sin remilgos y sin vacilaciones. En los debates parlamentarios nadie lo intimidó, a la hora de las interrupciones cortantes y, también, de las bofetadas. No temió al general Saliquet, que lo desterró y encarceló. Participó como uno mas, perseguido por la policía, en la huelga revolucionaria de octubre de 1934. Al producirse el levantamiento del 18 de julio de 1936, regresó inmediatamente de Madrid, en el último tren que llegó a Santander, para encabezar una defensa difícil de mantener de haberse sublevado el regimiento de Infantería instalado en la capital. Su valor le llevó a enfrentarse con los primeros excesos de la guerra. A los que detuvieron al diputado conservador Eduardo Pérez del Molino, les dijo tajante: me responden con su vida de la vida de este hombre. Luego en la Flota Republicana según el mismo ha referido, desafió a los que habían entronizado la indisciplina y el terror, hasta someterles al orden, al respeto y a la eficacia.
La inteligencia de Bruno Alonso giraba sobre su enorme capacidad de sentido común. Como buen montañés, era cauto y prefería escuchar y hablaba solo cuando había entendido lo que se planteaba o discutía; cuando había percibido la identidad real de la situación y del sujeto. Cuidaba su palabra, evitando herir con ella al dialogante correcto, pero sin vacilar a la hora de la energía, incluso en la aspereza, si se le desafiaba u ofendía.
Era la inteligencia de un carácter tallado en la roca de la firmeza, abierto siempre a la sutileza. Brillaba en la polémica y no la rehuyó aun en circunstancias de desventaja, como la que entabló con el gran poeta y periodista José del Río Sainz. No necesitó estudiar a Aristóteles para entender la palabra equidad que él acuñó, ni a Marx para comprender que el destino humano no puede concebirse sin justicia social. La inteligencia, cultivada en el lenguaje del corazón, le llevó a ser un político de significación conocida y respetado, un hombre excepcional… Quizá uno de los hombres mas queridos en la historia de la Tierruca, a la que tanto amó y procuró servir. Siendo presidente del Centro Montañés Sotileza en 1960, Bruno Alonso encabezo una cena en mi homenaje. Al agradecerla, no pude evitar la evocación emocionada de aquellos tres encuentros: el de la Plaza Daoiz y Velarde, el del Sanatorio Madrazo y el de Barruelo de Santullan. Referencias esenciales de una memoria en la que el nombre de Bruno Alonso esta inscrito con admiración, con respeto y con cariño Acaso pude expresarlo en las palabras que pronuncie ante la tumba de Bruno Alonso en un atardecer grisáceo e invernal de 1977, en esta tierra de México que nos ha dado hospitalidad en la vida y sepultura en la muerte. Hice alusión al montañés hijo autentico del pueblo, al que honro en el sentido mas literal del termino siendo cabalmente honrado…
Este obrero humilde que hemos evocado fue un aristócrata del humanismo. Su cuna, la nobleza, la más pura de las noblezas, la del espíritu, la del pensamiento. Por eso vivió para los demás, mas que para si mismo. Bruno Alonso no sólo enriqueció la sustancia ética, sin la cual un partido no puede existir: fue un ciudadano ejemplar en todos los ámbitos del término.
Eulalio Ferrer Rodríguez
México, D.F., mayo de 1994